de Eduardo José Bejuk
Siempre fueron poquitos.
Siempre fueron apáticos.Siempre fueron asexuados.
Pero ahí
andan, agrupados en el frío ambiente que eligieron como hábitat, generalmente
olvidados por el resto, como si no existieran. Pero existen. Y para seguir
disfrutando de ellos, debemos preservarlos.
Generalmente
malhumorados, sin pasión, han sido objeto de burla. Y ellos, siempre en escaso
número, se acostumbraron a ser observados por multitudes. Nunca llegaron a
comprender a esas aglomeraciones de gente con las que ocasionalmente
compartieron espacio. Pero las aceptan. Animarlos parece imposible. Hasta que
la primavera, en todo su esplendor, les ofrece una oportunidad: que alguien les
haga el amor.
Era una
tarde de sol. La Pandita salió al
campo. Contorneó las caderas. Correteó. Y recordó aquel amor reprimido, su
viejo y nunca resuelto romance, ahora transformado en odio visceral. Me carcome
la envidia, se lamentó La
Pandita , me destrozan los celos, lloró por dentro, y no hubo
orgullo, ni histeria, ni nada que la contuviera. Para qué seguir sufriendo.
Bajo el sol primaveral, un segundo antes de que cayera la tarde (a los 48,
justito a los 48, qué lindo, qué hermoso), La
Pandita se entregó al amor, en cuatro patas,
salvajemente, para que se consumara en ella el milagro de la vida. El silencio
se rompió en un alarido... Despacio. Despacio. Despacio.
Y vaya
detalle, primaveral detalle, para cerrar esta bella fábula: a la Pandita , pobre Pandita, le quedó como una flor.
* Feliz Primavera, Hermanos
Cuervos. Sufriendo o gozando, no hay nada más lindo que ser hincha de San
Lorenzo.
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B
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